"El último café y la última sonrisa"
José Sant Roz
El viernes por la mañana se plantó frente a la puerta de su despacho, y con su manera directa y fraternal de hablar me dijo: “José, vamos mañana para Tovar”. Estaba invitado a un programa de televisión y entre los temas a tratar estaba el libro “Obispos o Demonios”. Me pidió la nueva edición porque sólo le quería le quedaba sólo uno de la vieja y le quería dar el libro al entrevistador Néstor Sánchez para que se empapara del asunto. Néstor dirige en la Televisora Comunitaria de Tovar el programa Punto de Cuenta.
Ese día Giandomenico se veía muy bien de salud, luego de los unos días de hospitalización que pasó en las dependencias del Seguro Social. “Venga pase, usted siempre anda apurado”. Entré a su oficina y estaba el televisor encendido tratando el, asunto de los reparos y me mostró el encabezamiento de una carta donde alguien escribió su nombre como “Llandomenico”, y bromeamos un poco, y le dije: “cree que eres maracucho”.
Nos tomamos el último café, juntos. Desde que había dicho que se iba para la campaña de la alcaldía de Tovar, se sentía una gran tristeza en el ambiente del IMC, y ya resultaba inútil pedirle que siguiera como director de la cultura. Mientras firmaba documentos y cheques, mientras atendía llamadas y mirábamos hacia el televisor para entrarnos de los acontecimientos de última hora, daba órdenes a sus empleados quienes lo querían y respetaban. Giandomenico tenía don de mando y se hacía amar, y una brillante inteligencia que le permitía entender rápidamente lo que se le quería decir o insinuar. También, y era quizá su mayor cualidad, la lealtad. Allí se le acercó una joven y le dijo que se preparara para irse a Tovar al trabajo de los reparos, en visita casa por casa, que era una orden del Gobernador. Y cuando hablaba de que era una orden del Gobernador lo expresaba como algo sagrado, inapelable. Giandomenico tenía una muy especial deferencia por Florencio Porras, a quien consideraba como a otro hermano.
La señora madre de Giandomenico, doña María, ha sufrido dos terribles golpes en el último lustro, la pérdida de su marido, don Arnaldo (a quien conocí) y ahora este hijo bolivariano que nos vino de Italia.
Y habiendo nacido en Italia, de qué manera natural se plantó entre nosotros: Giandomenico no le sacaba el cuerpo a ningún desafío, a ninguna tarea por escabrosa y dura que fuese. Organizó docenas de viajes y marchas a Caracas, llevando equipos de filmación, conjuntos típicos merideños, preparando pancartas y no se iba en avión para luego encontrarse con la gente en la marcha, allá en la capital. No, Giandomenico se iba en los autobuses, con el pueblo, compartiendo el rancho con sus amigos, cantando y luego batallando por la organización de estas agotadoras tareas. Giandomenico fue el más grande amigo y colaborador de la Fuerza Bolivariana Universitaria y de Clase Media en Positivo.
LA GRAN OBRA EN EL CENTRO CULTURAL TULIO FEBRES
Como tenía que dejar su cargo de director del IMC, yo solía decirle en son de broma: “¿Giandomenico, después que llenaste el Tulio Febres de locos (entre los cuales me contaba yo de primero), tú crees que alguien va a ser capaz de encargarse de este manicomio?” Y el se reía con su francas carcajadas. El aspiraba a que el manicomio siguiera bajo la dirección de ese otro experto “siquiatra” llamado Javier Roa.
Giandomenico había hecho un trabajo extraordinario abriendo espacios para todo el mundo. Los millares de pintores, artesanos, escultores, músicos, poetas, escritores, que diariamente deambulan por los pasillos de aquel centro cultural, algo encontraban de la capacidad admirable y soñadora de este amigo. El semanario Despertar, en su época de diario (y todavía) no habría podido funcionar sin el ingenio bondadoso de Giandomenico. El mobiliario, el local y parte de la ayuda logística fue posible gracias a él.
Sobre su escritorio estaba la mayor colección de cajitas de chimó del planeta. Consiguió hacer un Festival del chimó y a muchos camaradas los afilió a esta tradición, pero a mí no pudo convencerme porque ya yo tenía demasiados vicios, y así se lo dije. El 2004 había empezado muy mal para mi amigo. Hay años que nos resultan fatales, y Giandomenico estuvo dos veces hospitalizado por unos problemas estomacales. Pero él todo lo superaba alegremente, y uno incluso no pierde la esperanza de que también se reponga de este trágico trance, transmutándose su talento y su humanismo en alguna forma sublime de ejemplo eterno. Nunca podía imaginar nada trágico relacionado con él, con ese porte suyo tan lleno de vida, de juventud, de franqueza y fuerza positiva. Un caballero para todo y para todos, y que se hizo más venezolano que el mojito criollo.
Yo sé que Giandomenico me tenía especial consideración, y no porque sea de los más locos de los que de vez en cuando rondan por el Tulio Febres. En cuanto escuchaba mi voz me invitaba a pasar a su despacho y hablábamos de la situación nacional y del mundo, y tratábamos de los temas más palpitantes mirándolos desde los costados contrarios, sin apasionamientos ciegos. Nunca dejó de ver el enorme peligro que EE UU representa para nuestra revolución, y sobre el MVR fue uno de los más críticos y dejó sobre esto testimonios valiosos de su inconformidad que difundió por Aporrea. Para mí, verlo su trato me resultaba un consuelo y una alegría y yo sé que él sentía lo mismo. Con su sangre europea, la noche del 7 de mayo, dos horas y media antes de que lo mataran, dialogamos en APULA, con una copa de vino; él expresaba su dolor de que una botella de vino francés lo hubiesen dejado indolentemente destapado, y yo le dije que si se dañaba nos desquitaríamos con los pasapalos, que eran iraquíes. “Tus vainas”, me dijo riendo. Hicimos el último brindis con Mario Peralta. Estábamos felices, en medio de una noche tan cargada de grandes triunfos y de gloriosas batallas: Él, joven, eternamente alegre, lúcido, franco y directo, la última imagen que llevé de sus ojos, por lo que no quise verlo ya apresado en el ataúd.
En la mañana del sábado 8, cuando Lilian Contreras me llamó para decirme que corría un mortal rumor, pulsé su número, en la entera y total confianza de que estaba vivo, y de que al ver que era yo diría, como siempre lo decía: “José, qué hubo”, y luego para reírnos de estas bromas que andaba inventando la gente. El celular estaba apagado, y me quedé frío, me desplomé abatido y sin fuerzas, como si algo de mismo se hubiese apagado para siempre.
¿POR QUÉ Y QUIÉNES LO ASESINARON?
Giandomenico era el más brillante intelectual del MVR en todo el Estado Mérida. Era incorruptible, y hacía duras críticas a su propio movimiento. Un hombre culto, muy bien enterado de la situación política mundial, y con una manera propia y profunda de analizar lo que se estaba debatiendo en Venezuela, como país líder de la transformación que está planteada desde hace 180 años en Latinoamérica. Yo lo divisaba como un político con proyección nacional. Lo asesinan con un tiro en la nuca, Giandomenico tiene tiempo de abrir la puerta del carro y caer al suelo frente a sus matones. Cumplida la orden macabra, se van. De modo que el móvil no puede ser el robo como salieron funcionarios de la policía sosteniéndolo.
De inmediato el canal maldito de Globovisión a través de su corresponsal Benetto, plantea el asesinato como un crimen pasional, sin tener todavía ninguna pista de lo que ha sucedido. Todo, sin duda para empantanar de la manera más sucia las investigaciones, exactamente lo que se está haciendo con el hallazgo de los paramilitares en la finca Daktari del cubano agusanado de Robert Alonso, catalogándolo de montaje y de show, cuando todo el mundo sabe que los únicos que son expertos en tales laboratorios y tiene los mecanismos para haceros son precisamente los poderosos dueños de la Jineteras.
Cuando Giandomenico asume una lucha frontal contra los altos jerarcas de la podrida iglesia venezolana, entra en el terreno más peligroso de la ultra-derecha. Es allí donde se encuentra el más obtuso, enfermizo y negro campo de los elementos de Opus Dei, que en Mérida ha fructificado con fuerza y terror. Y Baltazar Porras no es hombre de perdones ni de andar contemporizando con las verdades que día tras día se han ido descubriendo de las actividades golpistas de la ultra-derecha. No es hombre con el temperamento ni la fortaleza para corregirse. Estuvo en Miraflores el día del golpe, se mantuvo firme al lado de la Coordinadora Democrática que mantiene una virgen como estatua de la libertad en la Plaza de Altamira, y le ha hecho desagravio por la acción de las bandas “armadas” de los Círculos Bolivarianos. Giandomenico era odiado por esa ala oscura de reacción, por su cada vez más luminosa pluma, por su cada vez más comprometida posición al lado de la revolución bolivariana. Por su fino humor y su penetrante juicio analítico.
Pedimos al gobernador Florencio Porras la más profunda y serena investigación de este caso, que por cierto ha sido muy poco analizado a nivel nacional, porque estos crímenes pueden quedar silenciados, ocultos, bajo la forma de “accidentes”, de “robos” o “crímenes pasionales”, y la cadena puede seguir en ascenso. Señor Gobernador, pida sanción para esos policías que han salido a declarar diciendo que posiblemente se trata de un robo.
Todos esperábamos un sentido pésame del comandante Hugo Chávez en su “Aló Presidente” del día domingo 9 de mayo. Seguramente no fue lo suficientemente informado de la gravedad y del inmenso dolor y abatimiento que ha embargado al pueblo merideño.