Si nos atrevemos a intentar una mirada
retrospectiva desde los veintitrés años
que nos separan de los sucesos del 27 y 28 de febrero de 1989 es porque
consideramos que la lucha por la emancipación de nuestros pueblos es también
una lucha por derrotar la abulia que le
sirve como caldo de cultivo a la
desmemoria histórica que nos quieren imponer
las oligarquías criollas aliadas al gran capital trasnacional. Los
malabarismos iniciales de la burguesía intentando explicar el fenómeno como “parte
de una conspiración de la izquierda radical” ya sabemos que era
parte de la justificación del estado policiaco para perseguir, encarcelar, torturar y asesinar a militantes
revolucionarios y dirigentes populares que le resultaban incómodos al status
quo de la cuarta república. Y si lo remarcamos con vehemencia no es porque nos
sintamos prisioneros de resentimiento alguno sino porque estamos más afianzados
en el compromiso con la cultura del amor frente a la cultura del odio; durante
los días 27 y 28 el odio quiso ahogar en sangre la rebelión de un pueblo y
apenas alcanzó un control efímero. Confiados en que podían seguir dominando a
perpetuidad intentaron un reacomodo vendiéndonos la idea de la
descentralización con elección de
gobernadores y Alcaldes como la salida salomónica; pero sus economistas,
sociólogos y politólogos no calcularon los índices de arrechera acumulada y el
cuero seco de la irreverencia popular se levantaba aquí y acullá sin pedirle
permiso a nadie.
La rebelión popular del 27 y 28 de febrero de
1989 fue un levantamiento espontaneo; sin conducción política alguna, aun
cuando militantes de partidos revolucionarios con presencia en el movimiento
estudiantil universitario participaban en aquel huracán de rebeldía; en la
gente que salió a las calles había mucha indignación por las bofetadas de
ostentación que los dirigentes adecos y copeyanos le propinaban a las normas
más elementales del decoro ético; descontento por la acumulación delictiva de
capital y rabia por la enorme brecha social que separaba a ricos y pobres, a
pesar de los enormes ingresos que por
vía de endeudamiento externo y renta petrolera tenia el Fisco Nacional. Y los
muertos se levantaron convertidos en rebelión de otro febrero, esta vez armada, la
de 1992; en la constituyente que dio nacimiento a la democracia participativa y
protagónica; en consejos comunales que debemos consolidar como espacios para la
emancipación libre y soberana de la tutela del amo. Lo revolucionario en esta
hora del proceso bolivariano en construcción radica en estimular militantemente
el protagonismo del pueblo organizado.
Por: Pausides Reyes