La Estrategia de Maduro: Entre el
Garrote y el Bisturí
Parte II
Omar
José Hassaan Fariñas - 03 de marzo de 2014
La
Contra-Estrategia de IV Generación
Lo evaluado en la
sección anterior de nuestro análisis ya fue meticulosamente estudiado por
innumerables expertos y analistas en Venezuela y América Latina, desde que el
propio líder de la Revolución Bolivariana – el Comandante Hugo Chávez – introdujo al imaginario popular nacional
estos términos asociados a este tipo de agresión durante los primeros años de
lucha bolivariana. Ahora bien, lo que deseamos evaluar en esta sección son
ciertas estrategias que deben ser empleadas por el Estado y la sociedad que se
encuentran sometidos a dichas agresiones. Estas estrategias se fundamentan en
los propios elementos que fueron descritos en la sección anterior de este
análisis sobre el concepto de Guerra de IV Generación. Lo
que señalaremos a continuación debería visualizarse - técnicamente – como
una serie de contra-estrategias para
responder a una estrategia general de Guerra de IV Generación:
El Ámbito
Comunicacional
El gobierno
nacional, los movimientos sociales, los medios de comunicaciones nacionales y
los aliados del proyecto político del gobierno que sufre una amenaza del tipo
descrito en el documento anterior, deberían aplicar las siguientes estrategias,
a saber:
- Emplear,
de la manera más eficiente, eficaz y contundente posible, todos los medios
de comunicación y divulgación que apoyan el gobierno o que son operados
por las comunidades o grupos sociales adeptos al mismo, para darle
respuesta a la campaña mediática desestabilizadora. Para estos propósitos,
se requiere de una gran inversión de largo plazo y una dedicación
ininterrumpida a la construcción de múltiples líneas de difusión estatal
(Telesur, Correo del Orinoco, etc.), a la vez de estimular los medios de
comunicaciones comunitarios que operan independientemente de las grandes
cadenas privadas. Estas estrategias comunicacionales son inútiles
sin preparación previa por parte del Estado y el Partido en el poder, y no
se pueden emplear de manera efectiva durante una crisis sin previa
preparación y planificación.
Estos
medios poseen la estratégica y vital tarea de desmontar la gran mayoría de los
discursos, alegatos y pretensiones que se van generando desde el campo
contrario, de manera metódica, consistente y pragmática, apoyándose en criterios y discursos universales, en vez de criterios particulares, es
decir, criterios que puedan llegar a toda la población, y no solamente los
partidarios y simpatizantes del gobierno. Los criterios propios del proyecto
político del gobierno pueden ser retomados “al pasar la
tormenta”, pero cuando el gobierno se encuentra en el propio
“ojo del huracán”, el
discurso del mismo debe ser lo más universal y general posible, reduciendo o
hasta revertiendo las indignaciones y las frustraciones de la población en
general - generadas por el campo opositor - hacia indignaciones y
frustraciones contra quienes tratan de engañar y manipular el pueblo.
- Es
importante que los discursos de los líderes políticos durante la agresión
fascista coincidan – y de manera altamente coherente - con
los discursos, ideas y conceptos que difunden los medios de comunicación
que apoyan el gobierno sometido a la embestida fascista, pero a la vez que
la totalidad del discurso oficialista – tanto el del gobierno
como el de los medios - evite a todo costo ideas extremas,
violentas,
represivas,
racistas,
intolerantes,
terroristas,
vengativas
o de cualquier otro índole negativo. El énfasis debe ser en la paz, la convivencia,
advertir sobre los horrores de las guerras
civiles, exaltar el progreso
socioeconómico y la justicia
social, todos elementos que contrastan con la lista
anterior. Denunciar el complot de las fuerzas adveras es importante, pero
aún más importante es difundir la naturaleza no-bélica,
nacionalista,
tolerante,
pacifica
pero a la vez fuerte
del proyecto político del gobierno. A lo largo del conflicto, el gobierno
y sus aliados deben estimular el surgimiento de una dualidad
en los discursos políticos que se desarrollan en toda la nación durante la
crisis: el discurso positivo
gubernamental como elemento contestatario al discurso negativo
oposicionista.
Otro
tema de inmensa importancia en la lucha de los discursos es obligar a los supuestos contrincantes a “revelar” al público sus agendas o demandas. Por lo
general, los golpistas nunca revelan objetivos macros y reales de manera
pública, sino se dedican a demandas abstractas o no-realizables como el “cese de la represión”, la “libertad incondicional para los luchadores heroicos” que
destruyeron propiedades públicas y privadas, paralizaron sectores de la ciudad
o asesinaron a ciudadanos de ambos campos políticos. Recordemos que por lo
general, las víctimas del oficialismo no son consideradas como verdaderos “seres humanos” por parte de los dirigentes de la
oposición yo sus aliados de los medios de comunicación (es de notar cómo la
cadena de noticias norteamericana CNN obvia
señalar victimas del fascismo venezolano como los motorizados decapitados por
los alambres tensados colocados por los “manifestantes pacíficos” de la
oposición, pero otorga una cobertura mediática mundial a cualquier fallecido o
lesionado de la oposición).
Si los
dirigentes de la oposición declaran que quieren “paz”,
pues se convocan a conferencias por la paz, si quieren dialogo, se les otorga
la oportunidad para dialogar sin condiciones algunas. Pero si lo que desean es
la dimisión del Presidente, pues el apego a la Constitución y la voluntad del
pueblo expresada claramente en
los procesos electorales es la única respuesta real y practica que puede
ofrecer el gobierno a dichas demandas. Si se desea que se “liberen” los sujetos violentos, pues se les informa
que la impunidad NO forma
parte de la Constitución del país. El punto es obligar a los líderes del
fascismo a aceptar una de dos opciones: o el dialogo, o la hipocresía que
expone su doble discurso, pero en ambas instancias, se busca transformar - mediante
el discurso oficial – cualquier ventaja “moral” de
la oposición en una debilidad que afecte negativamente su legitimidad.
El Ámbito Político
- Otro
componente de la estrategia de imagen debe radicarse en el manejo
político, transcendiendo de esta manera lo meramente mediático. Esto
implica dividir las tareas de difusión política – a cargo de los
funcionarios de alto nivel y los líderes partidistas y comunitarios del
proyecto político bajo ataque – en dos ámbitos, a saber:
- Se
debe generar, programar y ejecutar una ofensiva
política/diplomática internacional (otorgándole prioridad a
la región en la cual se encuentra el país bajo ataque de las fuerzas
imperiales), que exhiba un marcado aumento en el activismo político
internacional por parte del gobierno, tanto en los países aliados como en
las instituciones internacionales, para denunciar el complot y
desarticular las campañas mediáticas de uno de los enemigos principales
del gobierno: los medios de comunicaciones globales. La contraofensiva
gubernamental en el ámbito internacional debe buscar una serie de
pronunciamientos por parte de gobiernos aliados, conferencias de
emergencia de los organismos internacionales en defensa de la democracia
y en denuncia de los actos violentos, a la vez de activar todos los
mecanismos diplomáticos bilaterales y multilaterales a través de las
embajadas del país para contrarrestar las campañas de los gobiernos y los
medios de comunicaciones hostiles al mismo.
- Esta
última estrategia u ofensiva política/diplomática debe tener su
equivalente en el ámbito doméstico o interno del país. Como existen
adeptos a la oposición entre la población nacional, igualmente existen
adeptos al proyecto político del gobierno, más bien, en la mayoría de los
casos, estos últimos necesariamente deberían formar la mayoría de la
población electoral del país. La estrategia
de difusión política requiere de un activismo político sin
precedencia hacia el interior del país, por parte de los dirigentes de
alto nivel del gobierno y sus partidos políticos, pero aún más
importante, por parte de los movimientos sociales que se identifican con
el proyecto político del gobierno. En un sentido netamente gramsciano (el
filósofo italiano Antonio Gramsci),
debemos recordar que una hegemonía (o una contra-hegemonía) se construye
y se nutre desde el ámbito de la sociedad civil (lo que en Venezuela se identifica
como el “Poder Popular”),
mientras que la misma posee su protección o “caparazón” en la capacidad
coercitiva del Estado. Cuando la hegemonía se enfrenta a un desafío
potencialmente mortal, es la misma sociedad
civil que protege la hegemonía y le otorga
legitimidad.
Esta
última afirmación gramsciana nos indica claramente que en los momentos de
crisis fascista (y quien mejor nos puede hablar del fascismo que el propio
Gramsci), las fuerzas progresistas poseen su santuario o refugio en el propio Poder Popular. Si este poder fue meticulosamente
construido, nutrido, organizado y fomentado tanto moral como intelectualmente
por parte del partido y las instituciones del Estado antes de una crisis, esta expresión popular puede
actuar contundentemente para proteger el proyecto político que lo engendró en
primer lugar. Si el gobierno no hubiera realizado dicha tarea con suficiente
anticipación, el mismo se enfrentaría al peligro fascista sin tener quien lo
ampare en estos momentos cruciales para su existencia (como fue efectivamente
el caso del presidente ucraniano Yanukovych).
En
Venezuela, la construcción del Poder Popular y la Unión Cívico-Militar han avanzado lo
suficiente como para ofrecer apoyo al proyecto político del gobierno durante una
situación de riesgo, pero aún queda mucho por realizar. La creación de los Consejos Comunales, las Comunas y el Polo Patriótico, son todos logros contundentes que actúan
en la actualidad como elementos cruciales para salvar el proyecto bolivariano,
más allá del propio poder coercitivo del Estado. Adicionalmente, la creación de
Grandes Misiones Sociales como la Gran Misión Barrio Nuevo Barrio
Tricolor (GMBNBT), ha profundizado el alcance y la eficacia
del Poder Popular en Venezuela. Los “corredores
territoriales” de la GMBNBT abren los espacios sociales y
territoriales necesarios para que el pueblo pueda asumir la doble tarea de adquirir consciencia sobre la
conspiración fascista en el país, y a la vez poder defenderse a sí mismo – desde
los mismos corredores - de una invasión o de acciones bélicas por parte de
paramilitares, terroristas u otros elementos destructivos. La prioridad
política seria, entonces, el empleo efectivo del Poder Popular para realizar
estas dos tareas, y de esta manera neutralizar la posibilidad de que se sumen
las grandes mayorías del país a la conspiración para derrocar el gobierno
nacional.
- La
unificación de criterios y discursos por parte del gobierno y sus aliados
debe ser un lado de una moneda:
el otro lado de esa misma moneda es la unificación
del liderazgo, la coherencia del alto mando
político, y el sometimiento de los dirigentes de segundo nivel a la máxima
autoridad política, militar y administrativa del gobierno (obviamente, el
Presidente de la República), un liderazgo que debe encontrarse – de
manera incuestionablemente clara - en la forma de una sola persona. Una
de las claves más importantes para sobrevivir estas agresiones es la calidad del liderazgo
que posee el proyecto político que se encuentra asediado: su paciencia,
su prudencia,
su sagacidad y su capacidad
para discernir.
Claro, todas estas calidades son completamente inútiles si el liderazgo
máximo del gobierno se encuentra cuestionado, rechazado o deslegitimado,
desde sus propias filas. Las divisiones internas, aun cuando sean
minúsculas, son fatales para un gobierno sometido a una guerra
psicológica.
Es
durante estos tipos de crisis que efectivamente se construye el verdadero
liderazgo de una persona. Los líderes no nacen, sino que se forman dentro del
marco de dos procesos interrelacionados: un
largo proceso de formación intelectual y moral antes de
asumir el liderazgo, y, al asumir el poder o la autoridad, otro proceso de
formación en base a las experiencias acumuladas durante las luchas y los
desafíos de una gestión. Ese proceso de formación interna del liderazgo de un
hombre o una mujer conlleva - al mismo tiempo – a la construcción de la
“verticalidad” de
la autoridad de una estructura gubernamental o un movimiento político. En otras
palabras, el líder se construye a sí mismo, y a la vez construye su autoridad
en relación a los dirigentes y aliados de su propio proyecto político, creando
una estructura de autoridad que debe mantener una relación vertical bastante
clara (disciplina interna) durante los momentos de crisis.
- La
unificación de criterios del gobierno debe ser acompañada por una
estrategia que busca fomentar la desunión o la segregación del liderazgo político
y social de quienes se proyectan como los líderes oposicionistas (ya que
los verdaderos líderes de cualquier acto subversivo se mantienen en
posturas latentes). Es por eso que el discurso del gobierno nunca debe
conceptualizar todas las fuerzas opositoras bajo un solo criterio, sino dividir las mismas entre la máxima cantidad de criterios o categorías
posibles, y resaltar - una y otra vez - las
diferencias que puedan existir entre los varios sectores de la oposición.
La repetición de dichas rupturas, desacuerdos o diferencias de estrategias
en el seno de las fuerzas adversas al gobierno funciona como un goteo de
agua sobre una piedra: inicialmente, las gotas causan poco daño, pero de
manera repetida y consistente, pueden perforar hasta las piedras más
sólidas.
- Otra
estrategia para separar, desagregar o desarticular el liderazgo visible de
las fuerzas fascistas es la adopción – por parte del gobierno - de
medidas de castigo
y recompensa:
quienes persisten en el empleo de métodos violentos para derrocar el
gobierno, les debe caer el máximo peso de la ley, y deben ser señalados
como criminales (cuando efectivamente ordenan actos criminales) en los
ámbitos nacionales e internacionales. Alternativamente, quienes se oponen
al gobierno pero dentro del marco de la Constitución y las leyes, y
quienes están dispuestos a esperar el próximo proceso electoral para
mejorar sus condiciones políticas y oficiales, deben recibir toda la
atención positiva del Estado: apoyo financiero, legitimación, aceptación e
inclusión como verdaderos socios en un proceso Único
de construcción de la Nación que se sitúa firmemente bajo el liderazgo del
gobierno nacional. De esta manera, las pequeñas “grietas”
en la coalición que busca destruir un gobierno democrático empiezan a
transformarse en inmensos “cráteres”.
El Ámbito de la
Seguridad
- Las actividades de seguridad e
inteligencia no desaparecen por completo de la contra-estrategia del
gobierno que lucha contra el fascismo
interno, solo que adquieren aspectos completamente diferentes a las
que tradicionalmente asumen en un conflicto militar tradicional o
clausewitziano. En las Guerras de IV Generación, la supremacía del
armamento militar del Estado no es el factor fundamental
o cardinal
para lograr la victoria. Ahora bien, lo antes señalado no implica que no
existe un rol de inmensa importancia para los órganos de seguridad del
Estado. A nuestro criterio, existen dos roles claves para los
órganos de seguridad en estos tipos de conflictos, a saber:
- Los órganos de inteligencia, tanto los
militares (la Dirección de Inteligencia Militar) como los del orden
público (el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y
Criminalísticas), deben estar constantemente alertos, indagando sobre
todos los pequeños acontecimientos que exhiban una probabilidad de transformarse
en “detonantes”
de un grave problema de seguridad. El trabajo de inteligencia no se
limita a los órganos del Estado, sino que debe incluir la inteligencia
social, las redes u organizaciones no gubernamentales adeptas al proyecto
político del gobierno, intermediaros, periodistas, etc. Aunque el trabajo
de inteligencia y contra-inteligencia constituye uno de los componentes
más delicados y a la vez difíciles de esta forma peculiar de guerra, el
gobierno debe tratar en lo posible de anticipar
las acciones violentas, grabarlas, documentarlas, difundirlas, luego
neutralizarlas y finalmente someter los actores materiales de las mismas
al peso completo de la ley.
Naturalmente,
anticipar este tipo de acciones es un poco difícil, pero las actividades de
vigilancia, monitoreo, inteligencia, infiltración y análisis de la información
que proviene desde el campo o las instituciones del enemigo, todas son
actividades que puedan ayudar substancialmente a detectar, controlar y
neutralizar el daño antes que suceda. En este sentido, la lucha de inteligencia
es idéntica a la que se materializa entre los Estados en el sistema
internacional (como la guerra de inteligencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética
durante la Guerra Fría).
- Los
órganos de seguridad nacional deben actuar con una inmensa delicadez,
restricción y autocontrol
al enfrentarse a los manifestantes, quienes podemos dividir en tres
categorías, a saber:
a)
Quienes participan en manifestaciones de
manera puramente pacífica y no poseen la más mínima intención de tomar acciones
de provocación, destruir propiedades públicas o privadas, trancar calles o
atacar miembros de los cuerpos de seguridad del Estado.
b)
Quienes se insertan dentro de las
manifestaciones pacíficas con la intención de causar daño a la propiedad
pública o privada, tirar unas cuantas piedras y bombas molotov, romper vidrios
o puertas, o posiblemente aprovechar y robar o saquear un poco. Estos elementos,
por lo general, no forman la columna vertebral de la
agresión fascista, pero son importante por razones netamente mediáticas. Su
presencia en muchas instancias obedece a criterios personales: unos (aunque no
todos) quieren ser “rebeldes” o “heroicos”, desean impresionar o seguir a otra
persona del sexo opuesto, acompañar un (a) amigo (a), etc. El daño que puedan
causar es de poco alcance, casi siempre de índole infraestructural, pero por lo
general no suman muchos “puntos” políticos para el plan de derrocamiento del
gobierno, sino que actúan como un preludio para
la verdadera embestida. Estos elementos ayudan a “calentar” las
calles, pero nunca logran tener un impacto político substancial, es decir, el
daño que causan es mas a la propiedad que al gobierno mismo.
c)
Expertos en sabotaje, asesinos, mercenarios,
delincuentes organizados que igualmente se filtran entre los manifestantes,
pero poseen una clara y precisa misión, una
que busca causar daño político trascendente (por lo general asesinan miembros
de la misma oposición). Los resultados de las “misiones” de estos individuos
sirven para “movilizar” los instrumentos políticos y diplomáticos
internacionales hacia el objetivo final, que naturalmente es el derrocamiento
del gobierno. Ejemplos de esta categoría incluyen los francotiradores en el Puente Llaguno de la
ciudad de Caracas, el 11 de abril de 2002 (funcionarios del Grupo Fénix de la PM y efectivos de la GN comprometidos
en el golpe, por ejemplo), el portugués João de Gouveia,
quien conocemos por sus asesinatos en la Plaza Francia de Altamira, el 6 de
diciembre de 2002, o el mercenario procedente del Medio Oriente con intenciones
de colocar carros bomba,
aprehendido por el Gobierno Bolivariano en la ciudad de Maracay el 24 de
febrero de 2014.
Aún
más problemático son los elementos de esta misma categoría que operan en grandes grupos armados y que penetran
clandestinamente las fronteras terrestres o marítimas del país para causar la
máxima expresión posible del caos: una guerra contra la República. Ejemplos de
esta “sub-categoría”
incluyen las hordas de paramilitares que operan en la frontera
colombo-venezolana, el ejército de mercenarios internacionales organizados por
la CIA y comandados por el fascista guatemalteco Carlos Castillo
Armas para derrocar al gobierno de Jacobo Arbenz, o el ejército
de mercenarios colocados en las costas de la Bahía de
Cochinos por la CIA en 1961 para derrocar al gobierno de Fidel Castro Ruz.
- La
categoría “a” del punto anterior es la más delicada para el gobierno – en
un sentido estrictamente mediático - pues por lo general, una
agresión física por parte del Estado o de un simpatizante del gobierno contra
cualquier miembro de dicha categoría es equivalente a “ganar la lotería”
para los sangrientos medios de comunicaciones globales, pues los manifestantes
tipo “a” son quienes representan el máximo “capital
mediático” para los mismos. Si los atropellados o los
lesionados son mujeres, o preferiblemente mujeres
de la tercera edad, pues aumenta aún más el “capital
mediático” y su valor político (como por ejemplo el caso de la joven venezolana Génesis Carmona),
mientras que un hombre entre 30 y 40 años posee el valor mínimo
de capital mediático, aunque igualmente puede ser empleado en la
estrategia comunicacional del fascismo. Aunque los órganos del Estado
deben evitar causar daño físico a todos
los manifestantes, estos grupos en particular deben ser
evadidos a casi cualquier costo. Es por eso que los elementos de la
categoría “c” antes señalados se dedican a disparar personas de la
categoría “a” por su alto contenido de “capital mediático”, y obtener de
esta manera las víctimas necesarias para su “lotería”, asunto que se hace
necesario para el fascismo, especialmente si el gobierno actúa de manera
astuta y evade reprimir o asesinar
estos sujetos del tipo “a” (y los de la
categoría “b” también).
- La
categoría “b” constituye un pequeño dilema para el gobierno, pues aunque
igualmente no se pueden tomar acciones contundentes contra los mismos
(ellos poseen un “capital mediático” también, aunque no tan alto como los
de la categoría “a”), alternativamente no se puede permitir que actúen de
manera impune. Si el gobierno actúa contra los mismos, está condenado
por reprimir a los “pobres indefensos manifestantes que solo ejercen su
derecho político de manera pacífica”, pero si el gobierno no actúa,
igualmente está condenado,
pues su inacción demuestra ingobernabilidad,
perdiendo su autoridad y legitimidad al fallar en su misión primordial:
mantener el orden público. La contradicción inherente que se puede ver en
la frase anterior, y que confirma indudablemente que ciertos
manifestantes NO
son pacíficos, nunca es resaltada, señalada o debatida por parte de los
medios de comunicaciones globales. Los mismos, junto a los gobiernos
imperiales, nunca proponen soluciones para este dilema, precisamente a
raíz de que dependen de esta contradicción para lograr sus objetivos
políticos.
- La
categoría “c”, obviamente, es la más peligrosa - en un sentido
estratégico-militar - asunto que queda obvio si se contempla el
inmenso daño que pueden causar tanto a los ciudadanos del país (de ambos
campos) como al gobierno nacional. Es en esta categoría que el gobierno
nacional puede obviar las estrategias más “delicadas”
y actuar con toda la capacidad bélica del Estado para neutralizar a los
mismos, específicamente los de la sub-categoría
señalada en el punto “c”. Cabe señalar que de acuerdo al Protocolo Adicional de 1977 de la
Convención de Ginebra sobre el Trato Humanitario de los Prisioneros de
Guerra (originalmente de 1929), los mercenarios no deben
ser considerados como “prisioneros de guerra”,
y al no entrar dentro de los protocolos de la convención, pueden ser
tratados como criminales comunes y corrientes, bajo las leyes nacionales
del país que capturan a los mismos.
Para
neutralizar este inmenso peligro para la soberanía del país, los órganos de
inteligencia del Estado deben detectar la presencia de los mismos en el
territorio nacional (sin duda alguna, una de las tareas más difíciles que
pudiera tener cualquier Estado-Nación), para que luego los órganos de seguridad
nacional (específicamente las Fuerzas Armadas) tomen acciones contundentes para
aniquilar la amenaza detectada.
Lo
antes señalado es mucho más fácil decretarlo que realizarlo, pero aun con todas
las dificultades que conlleva, es una de las tareas más importantes de una contra-estrategia
general para enfrentar el enemigo, que como un “Iceberg” (témpano
de hielo), solo se puede visualizar claramente 10% de su estructura, mientras
que el resto se oculta bajo las aguas oscuras del sistema internacional.
Conclusiones
Los puntos antes
señalados constituyen un bosquejo muy general (y hasta superficial) de una
estrategia política para neutralizar un Golpe de Estado que
se realice en el marco de una Guerra de IV Generación. Pero
ninguna de estas estrategias tendría ni la más mínima probabilidad de éxito sin
el apoyo incondicional de las Fuerzas Armadas y los
órganos de seguridad del
Estado. Todo el éxito electoral no les sirvió para nada a líderes democráticos
como Jacobo Arbenz, Salvador Allende o Mohammad
Mussadagh, pues en el fin, y con todo el apoyo popular que
poseían, fueron traicionados por sus propias fuerzas armadas. Si solo vemos la
situación actual en Egipto, pudiéramos comprender con más claridad el punto
antes señalado. Al asumir la presidencia del país luego del primer y único
proceso electoral real en los seis mil años de historia egipcia, el Presidente Mohammad Mursi confió en la sinceridad de las Fuerzas
Armadas egipcias y su supuesto apego a la institucionalidad y la Constitución
del país. En vez, el alto mando militar actuó de manera organizada y
clandestina junto a los partidos de oposición (que no pudieron derrocar electoralmente
a los Hermanos Musulmanes), y el 3 de julio de 2013, dieron su golpe de estado,
derrocando a Mursi y eliminando la Constitución y todos los poderes del Estado.
Los militares actuaron justo en el contexto de las protestas contra el gobierno
de Mursi, muchas fomentadas por los partidos de oposición, los medios de
comunicación adeptos al gobierno dictatorial de Hosni Mubarak, y
los mismos líderes de la Junta Militar.
Si comparamos los
componentes de la estrategia descrita en esta sección con las acciones del
gobierno bolivariano durante los meses de febrero y marzo de 2014, podemos ver
un alto nivel de concordancia y concurrencia entre ambos, es decir, la “Estrategia de Maduro” coincide con la
mayoría de los puntos antes identificados. Esta concurrencia quizás sea el elemento primordial que pudiera explicar cómo - hasta los
momentos – la Guerra de IV Generación aplicada contra la Revolución
Bolivariana no ha logrado los niveles de éxito que se pueden evidenciar en Ucrania, Libia, Siria, Egipto, etc.
Queda completamente claro para cualquier observador o analista serio, que la
estrategia actual del Presidente Maduro para afrontar la crisis NO se fundamenta en el uso desmedido del “garrote” del Estado, como efectivamente lo realizó
- de manera poco sagaz y sabia - el ex – Presidente ucraniano Viktor Yanukovych.
Ceder o sucumbir
con respuestas violentas a las provocaciones fomentadas en el marco de una
guerra de IV Generación, es precisamente lo que se busca con este tipo de
conflicto. Recordemos que las potenciales víctimas de una respuesta violenta
por parte del Estado no son necesariamente los estrategas o impulsores de la desestabilización. Los estrategas y
líderes de la ofensiva fascista no poseen ni el más mínimo interés en proteger
o resguardar la vida de los grupos que ellos mismos movilizan y utilizan, sino
que perciben a los mismos como instrumentos a ser sacrificados
en el altar de la más “noble y justa causa”: obtener el poder
y poner sus manos sobre los órganos del Estado y la riqueza del país. Es por
eso que se busca, desesperadamente, una respuesta violenta por parte del
gobierno, una acción de lo que popularmente llamamos “mano dura”.
Esta “mano dura”
fue precisamente lo que causó derrocamiento de Yanukovych, y la grave situación
de enfrentamiento global – en el marco de la nueva Guerra Fría entre Estado
Unidos y Rusia (junto a la China) – que se encuentra en pleno desarrollo en
la región de la Crimea. La
respuesta violenta del ahora ex - presidente ucraniano contra los manifestantes
– aunque magnificada a dimensiones absurdas por parte de los medios de
comunicaciones globales - fue justo lo que buscaban los estrategas de los
grupos violentos de la oposición fascista en ese país europeo (grupos como “Pravy Sektor” (Sector Derecha) y el partido “Svoboda”, “descendientes” políticos de “Stepan Bandera”, famoso colaborador ucraniano con el III
Reich durante la Segunda Guerra Mundial) y sus aliados europeos y
norteamericanos. Lamentablemente, lo lograron, y la pesada “mano dura” del Estado solo logró “incendiar” aún más el país, justo lo que se necesita
para tumbar un gobierno elegido democráticamente. Recordemos que los catorce
militares fascistas de la Plaza Altamira en el
2002-2003 nunca fueron desplazados de manera violenta, sino que progresivamente
fueron perdiendo relevancia hasta que sus iniciativas colapsaron por su propio
peso (“se fue diluyendo en su propia miseria” - Orlando Rangel
Yustiz).
Las respuestas de
un gobierno democrático y progresista a una Guerra de IV Generación siempre
deben iniciar con una comprensión clara y una visión penetrante de quienes son
– verdaderamente – los enemigos de
dicha democracia. En Venezuela, actores seudo-políticos como el Gobernador del
Estado Miranda, la señora de Súmate o el joven de Voluntad Popular, por sus
mismas y propias capacidades intrínsecas, nunca pudieron obtener una diferencia
electoral sustancial y favorable cuando se enfrentaron al Presidente Hugo Chávez (“Águila no caza Mosca”). ¿Poseen estos
sujetos la suficiente capacidad política, intelectual y moral para orquestar
una ofensiva de esta magnitud y complejidad? Peor aún, ¿podemos verdaderamente
creer que los líderes estudiantiles de la derecha son capaces de organizar la
violencia, los paramilitares, los asesinatos, los mercenarios que azota el
país, y a la vez coincidir con los medios de comunicaciones globales en sus “cruzadas” para derrocar la opción bolivariana?
Al identificar
correctamente el enemigo, surgen los primeros elementos de una contra-estrategia
adecuada para enfrentar estas nuevas y complejas formas de hacer guerra. En
este sentido, la respuesta de un gobierno democrático no puede ser la del “garrote”, pues en estas situaciones, dicho
instrumento terminaría destruyendo el mismo sujeto que lo empuña. En vez, el
líder y estratega máximo de un gobierno democrático y progresista necesita
alejarse del modelo representado por personas como “Theodore
Roosevelt” (conocido como el “Gran Garrote”) y
acercarse más a los grandes estrategas de la historia universal como el chino “Sun Tzu”, quien declaró en su famoso libro, “El Arte de la Guerra” que “el arte
supremo de la guerra es someter el enemigo sin tener que combatir”. Líderes
vietnamitas como Vo Nguyen Giap y Ho Chi Minh pudieron derrocar a un enemigo que poseía
una abrumadora ventaja cuantitativa y tecnológica, no tanto por el empleo de la fuerza bruta
(que de todas maneras era cuantitativamente inferior a la de sus adversarios),
sino en la combinación de varias cualidades personales: paciencia, sabiduría, templanza, contención y sobretodo
autocontrol.
La ira, la cólera,
las pasiones desmedidas y los deseos de retribución son los elementos que el
enemigo busca inducir en el pensamiento y acción de quienes poseen el liderazgo
actual de la Revolución Bolivariana, de la misma manera que lo buscaron – sin
éxito alguno – con el Presidente Hugo Chávez. Si
se desea preservar el proyecto político del Comandante Chávez y evadir una
aniquilación del mismo, el Presidente Maduro debe “extraer” el
tumor maligno – el complot fascista actual – mediante el uso de
un “bisturí” político, mediante el empleo de un “procedimiento” que
quizás sea lento, complejo, frustrante y genere la apariencia de tener lideres
indecisos o débiles, pero en la realidad, es efectivamente la única manera segura para derrotar a un enemigo en
un escenario altamente asimétrico, como
lo es el escenario conflictivo entre Estados Unidos y la Revolución
Bolivariana.