La Estrategia de Maduro: Entre el Garrote y el Bisturí
Parte II
Omar José Hassaan Fariñas - 03 de marzo de 2014
La Contra-Estrategia de IV Generación
Lo evaluado en la sección anterior de nuestro análisis ya fue meticulosamente estudiado por innumerables expertos y analistas en Venezuela y América Latina, desde que el propio líder de la Revolución Bolivariana – el Comandante Hugo Chávez – introdujo al imaginario popular nacional estos términos asociados a este tipo de agresión durante los primeros años de lucha bolivariana. Ahora bien, lo que deseamos evaluar en esta sección son ciertas estrategias que deben ser empleadas por el Estado y la sociedad que se encuentran sometidos a dichas agresiones. Estas estrategias se fundamentan en los propios elementos que fueron descritos en la sección anterior de este análisis sobre el concepto de Guerra de IV Generación. Lo que señalaremos a continuación debería visualizarse - técnicamente – como una serie de contra-estrategias para responder a una estrategia general de Guerra de IV Generación:
El Ámbito Comunicacional 
El gobierno nacional, los movimientos sociales, los medios de comunicaciones nacionales y los aliados del proyecto político del gobierno que sufre una amenaza del tipo descrito en el documento anterior, deberían aplicar las siguientes estrategias, a saber:
  • Emplear, de la manera más eficiente, eficaz y contundente posible, todos los medios de comunicación y divulgación que apoyan el gobierno o que son operados por las comunidades o grupos sociales adeptos al mismo, para darle respuesta a la campaña mediática desestabilizadora. Para estos propósitos, se requiere de una gran inversión de largo plazo y una dedicación ininterrumpida a la construcción de múltiples líneas de difusión estatal (Telesur, Correo del Orinoco, etc.), a la vez de estimular los medios de comunicaciones comunitarios que operan independientemente de las grandes cadenas privadas. Estas estrategias comunicacionales son inútiles sin preparación previa por parte del Estado y el Partido en el poder, y no se pueden emplear de manera efectiva durante una crisis sin previa preparación y planificación.
Estos medios poseen la estratégica y vital tarea de desmontar la gran mayoría de los discursos, alegatos y pretensiones que se van generando desde el campo contrario, de manera metódica, consistente y pragmática, apoyándose en criterios y discursos universales, en vez de criterios particulares, es decir, criterios que puedan llegar a toda la población, y no solamente los partidarios y simpatizantes del gobierno. Los criterios propios del proyecto político del gobierno pueden ser retomados “al pasar la tormenta”, pero cuando el gobierno se encuentra en el propio “ojo del huracán”, el discurso del mismo debe ser lo más universal y general posible, reduciendo o hasta revertiendo las indignaciones y las frustraciones de la población en general - generadas por el campo opositor - hacia indignaciones y frustraciones contra quienes tratan de engañar y manipular el pueblo.
  • Es importante que los discursos de los líderes políticos durante la agresión fascista coincidan – y de manera altamente coherente - con los discursos, ideas y conceptos que difunden los medios de comunicación que apoyan el gobierno sometido a la embestida fascista, pero a la vez que la totalidad del discurso oficialista – tanto el del gobierno como el de los medios - evite a todo costo ideas extremas, violentas, represivas, racistas, intolerantes, terroristas, vengativas o de cualquier otro índole negativo. El énfasis debe ser en la paz, la convivencia, advertir sobre los horrores de las guerras civiles, exaltar el progreso socioeconómico y la justicia social, todos elementos que contrastan con la lista anterior. Denunciar el complot de las fuerzas adveras es importante, pero aún más importante es difundir la naturaleza no-bélica, nacionalista, tolerante, pacifica pero a la vez fuerte del proyecto político del gobierno. A lo largo del conflicto, el gobierno y sus aliados deben estimular el surgimiento de una dualidad en los discursos políticos que se desarrollan en toda la nación durante la crisis: el discurso positivo gubernamental como elemento contestatario al discurso negativo oposicionista. 
Otro tema de inmensa importancia en la lucha de los discursos es obligar a los supuestos contrincantes a “revelar” al público sus agendas o demandas. Por lo general, los golpistas nunca revelan objetivos macros y reales de manera pública, sino se dedican a demandas abstractas o no-realizables como el “cese de la represión”, la “libertad incondicional para los luchadores heroicos” que destruyeron propiedades públicas y privadas, paralizaron sectores de la ciudad o asesinaron a ciudadanos de ambos campos políticos. Recordemos que por lo general, las víctimas del oficialismo no son consideradas como verdaderos “seres humanos” por parte de los dirigentes de la oposición yo sus aliados de los medios de comunicación (es de notar cómo la cadena de noticias norteamericana CNN obvia señalar victimas del fascismo venezolano como los motorizados decapitados por los alambres tensados colocados por los “manifestantes pacíficos” de la oposición, pero otorga una cobertura mediática mundial a cualquier fallecido o lesionado de la oposición).
Si los dirigentes de la oposición declaran que quieren “paz”, pues se convocan a conferencias por la paz, si quieren dialogo, se les otorga la oportunidad para dialogar sin condiciones algunas. Pero si lo que desean es la dimisión del Presidente, pues el apego a la Constitución y la voluntad del pueblo expresada claramente en los procesos electorales es la única respuesta real y practica que puede ofrecer el gobierno a dichas demandas. Si se desea que se “liberen” los sujetos violentos, pues se les informa que la impunidad NO forma parte de la Constitución del país. El punto es obligar a los líderes del fascismo a aceptar una de dos opciones: o el dialogo, o la hipocresía que expone su doble discurso, pero en ambas instancias, se busca transformar - mediante el discurso oficial – cualquier ventaja “moral” de la oposición en una debilidad que afecte negativamente su legitimidad.    
El Ámbito Político    
  • Otro componente de la estrategia de imagen debe radicarse en el manejo político, transcendiendo de esta manera lo meramente mediático. Esto implica dividir las tareas de difusión política – a cargo de los funcionarios de alto nivel y los líderes partidistas y comunitarios del proyecto político bajo ataque – en dos ámbitos, a saber:
    • Se debe generar, programar y ejecutar una ofensiva política/diplomática internacional (otorgándole prioridad a la región en la cual se encuentra el país bajo ataque de las fuerzas imperiales), que exhiba un marcado aumento en el activismo político internacional por parte del gobierno, tanto en los países aliados como en las instituciones internacionales, para denunciar el complot y desarticular las campañas mediáticas de uno de los enemigos principales del gobierno: los medios de comunicaciones globales. La contraofensiva gubernamental en el ámbito internacional debe buscar una serie de pronunciamientos por parte de gobiernos aliados, conferencias de emergencia de los organismos internacionales en defensa de la democracia y en denuncia de los actos violentos, a la vez de activar todos los mecanismos diplomáticos bilaterales y multilaterales a través de las embajadas del país para contrarrestar las campañas de los gobiernos y los medios de comunicaciones hostiles al mismo.
    • Esta última estrategia u ofensiva política/diplomática debe tener su equivalente en el ámbito doméstico o interno del país. Como existen adeptos a la oposición entre la población nacional, igualmente existen adeptos al proyecto político del gobierno, más bien, en la mayoría de los casos, estos últimos necesariamente deberían formar la mayoría de la población electoral del país. La estrategia de difusión política requiere de un activismo político sin precedencia hacia el interior del país, por parte de los dirigentes de alto nivel del gobierno y sus partidos políticos, pero aún más importante, por parte de los movimientos sociales que se identifican con el proyecto político del gobierno. En un sentido netamente gramsciano (el filósofo italiano Antonio Gramsci), debemos recordar que una hegemonía (o una contra-hegemonía) se construye y se nutre desde el ámbito de la sociedad civil (lo que en Venezuela se identifica como el “Poder Popular”), mientras que la misma posee su protección o “caparazón” en la capacidad coercitiva del Estado. Cuando la hegemonía se enfrenta a un desafío potencialmente mortal, es la misma sociedad civil que protege la hegemonía y le otorga legitimidad.
Esta última afirmación gramsciana nos indica claramente que en los momentos de crisis fascista (y quien mejor nos puede hablar del fascismo que el propio Gramsci), las fuerzas progresistas poseen su santuario o refugio en el propio Poder Popular. Si este poder fue meticulosamente construido, nutrido, organizado y fomentado tanto moral como intelectualmente por parte del partido y las instituciones del Estado antes de una crisis, esta expresión popular puede actuar contundentemente para proteger el proyecto político que lo engendró en primer lugar. Si el gobierno no hubiera realizado dicha tarea con suficiente anticipación, el mismo se enfrentaría al peligro fascista sin tener quien lo ampare en estos momentos cruciales para su existencia (como fue efectivamente el caso del presidente ucraniano Yanukovych).
En Venezuela, la construcción del Poder Popular y la Unión Cívico-Militar han avanzado lo suficiente como para ofrecer apoyo al proyecto político del gobierno durante una situación de riesgo, pero aún queda mucho por realizar. La creación de los Consejos Comunales, las Comunas y el Polo Patriótico, son todos logros contundentes que actúan en la actualidad como elementos cruciales para salvar el proyecto bolivariano, más allá del propio poder coercitivo del Estado. Adicionalmente, la creación de Grandes Misiones Sociales como la Gran Misión Barrio Nuevo Barrio Tricolor (GMBNBT), ha profundizado el alcance y la eficacia del Poder Popular en Venezuela. Los “corredores territoriales” de la GMBNBT abren los espacios sociales y territoriales necesarios para que el pueblo pueda asumir la doble tarea de adquirir consciencia sobre la conspiración fascista en el país, y a la vez poder defenderse a sí mismo – desde los mismos corredores - de una invasión o de acciones bélicas por parte de paramilitares, terroristas u otros elementos destructivos. La prioridad política seria, entonces, el empleo efectivo del Poder Popular para realizar estas dos tareas, y de esta manera neutralizar la posibilidad de que se sumen las grandes mayorías del país a la conspiración para derrocar el gobierno nacional.  
  • La unificación de criterios y discursos por parte del gobierno y sus aliados debe ser un lado de una moneda: el otro lado de esa misma moneda es la unificación del liderazgo, la coherencia del alto mando político, y el sometimiento de los dirigentes de segundo nivel a la máxima autoridad política, militar y administrativa del gobierno (obviamente, el Presidente de la República), un liderazgo que debe encontrarse – de manera incuestionablemente clara - en la forma de una sola persona. Una de las claves más importantes para sobrevivir estas agresiones es la calidad del liderazgo que posee el proyecto político que se encuentra asediado: su paciencia, su prudencia, su sagacidad y su capacidad para discernir. Claro, todas estas calidades son completamente inútiles si el liderazgo máximo del gobierno se encuentra cuestionado, rechazado o deslegitimado, desde sus propias filas. Las divisiones internas, aun cuando sean minúsculas, son fatales para un gobierno sometido a una guerra psicológica.
Es durante estos tipos de crisis que efectivamente se construye el verdadero liderazgo de una persona. Los líderes no nacen, sino que se forman dentro del marco de dos procesos interrelacionados: un largo proceso de formación intelectual y moral antes de asumir el liderazgo, y, al asumir el poder o la autoridad, otro proceso de formación en base a las experiencias acumuladas durante las luchas y los desafíos de una gestión. Ese proceso de formación interna del liderazgo de un hombre o una mujer conlleva - al mismo tiempo – a la construcción de la “verticalidad” de la autoridad de una estructura gubernamental o un movimiento político. En otras palabras, el líder se construye a sí mismo, y a la vez construye su autoridad en relación a los dirigentes y aliados de su propio proyecto político, creando una estructura de autoridad que debe mantener una relación vertical bastante clara (disciplina interna) durante los momentos de crisis.    
  • La unificación de criterios del gobierno debe ser acompañada por una estrategia que busca fomentar la desunión o la segregación del liderazgo político y social de quienes se proyectan como los líderes oposicionistas (ya que los verdaderos líderes de cualquier acto subversivo se mantienen en posturas latentes). Es por eso que el discurso del gobierno nunca debe conceptualizar todas las fuerzas opositoras bajo un solo criterio, sino dividir las mismas entre la máxima cantidad de criterios o categorías posibles, y resaltar - una y otra vez - las diferencias que puedan existir entre los varios sectores de la oposición. La repetición de dichas rupturas, desacuerdos o diferencias de estrategias en el seno de las fuerzas adversas al gobierno funciona como un goteo de agua sobre una piedra: inicialmente, las gotas causan poco daño, pero de manera repetida y consistente, pueden perforar hasta las piedras más sólidas.
  • Otra estrategia para separar, desagregar o desarticular el liderazgo visible de las fuerzas fascistas es la adopción – por parte del gobierno - de medidas de castigo y recompensa: quienes persisten en el empleo de métodos violentos para derrocar el gobierno, les debe caer el máximo peso de la ley, y deben ser señalados como criminales (cuando efectivamente ordenan actos criminales) en los ámbitos nacionales e internacionales. Alternativamente, quienes se oponen al gobierno pero dentro del marco de la Constitución y las leyes, y quienes están dispuestos a esperar el próximo proceso electoral para mejorar sus condiciones políticas y oficiales, deben recibir toda la atención positiva del Estado: apoyo financiero, legitimación, aceptación e inclusión como verdaderos socios en un proceso Único de construcción de la Nación que se sitúa firmemente bajo el liderazgo del gobierno nacional. De esta manera, las pequeñas “grietas” en la coalición que busca destruir un gobierno democrático empiezan a transformarse en inmensos “cráteres”.

El Ámbito de la Seguridad
  •  Las actividades de seguridad e inteligencia no desaparecen por completo de la contra-estrategia del gobierno que lucha contra el fascismo  interno, solo que adquieren aspectos completamente diferentes a las que tradicionalmente asumen en un conflicto militar tradicional o clausewitziano. En las Guerras de IV Generación, la supremacía del armamento militar del Estado no es el factor fundamental o cardinal para lograr la victoria. Ahora bien, lo antes señalado no implica que no existe un rol de inmensa importancia para los órganos de seguridad del Estado. A nuestro criterio, existen dos roles claves para los órganos de seguridad en estos tipos de conflictos, a saber:
    •  Los órganos de inteligencia, tanto los militares (la Dirección de Inteligencia Militar) como los del orden público (el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas), deben estar constantemente alertos, indagando sobre todos los pequeños acontecimientos que exhiban una probabilidad de transformarse en “detonantes” de un grave problema de seguridad. El trabajo de inteligencia no se limita a los órganos del Estado, sino que debe incluir la inteligencia social, las redes u organizaciones no gubernamentales adeptas al proyecto político del gobierno, intermediaros, periodistas, etc. Aunque el trabajo de inteligencia y contra-inteligencia constituye uno de los componentes más delicados y a la vez difíciles de esta forma peculiar de guerra, el gobierno debe tratar en lo posible de anticipar las acciones violentas, grabarlas, documentarlas, difundirlas, luego neutralizarlas y finalmente someter los actores materiales de las mismas al peso completo de la ley.
Naturalmente, anticipar este tipo de acciones es un poco difícil, pero las actividades de vigilancia, monitoreo, inteligencia, infiltración y análisis de la información que proviene desde el campo o las instituciones del enemigo, todas son actividades que puedan ayudar substancialmente a detectar, controlar y neutralizar el daño antes que suceda. En este sentido, la lucha de inteligencia es idéntica a la que se materializa entre los Estados en el sistema internacional (como la guerra de inteligencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría).  
    • Los órganos de seguridad nacional deben actuar con una inmensa delicadez, restricción y autocontrol al enfrentarse a los manifestantes, quienes podemos dividir en tres categorías, a saber:
a)      Quienes participan en manifestaciones de manera puramente pacífica y no poseen la más mínima intención de tomar acciones de provocación, destruir propiedades públicas o privadas, trancar calles o atacar miembros de los cuerpos de seguridad del Estado.
b)      Quienes se insertan dentro de las manifestaciones pacíficas con la intención de causar daño a la propiedad pública o privada, tirar unas cuantas piedras y bombas molotov, romper vidrios o puertas, o posiblemente aprovechar y robar o saquear un poco. Estos elementos, por lo general, no forman la columna vertebral de la agresión fascista, pero son importante por razones netamente mediáticas. Su presencia en muchas instancias obedece a criterios personales: unos (aunque no todos) quieren ser “rebeldes” o “heroicos”, desean impresionar o seguir a otra persona del sexo opuesto, acompañar un (a) amigo (a), etc. El daño que puedan causar es de poco alcance, casi siempre de índole infraestructural, pero por lo general no suman muchos “puntos” políticos para el plan de derrocamiento del gobierno, sino que actúan como un preludio para la verdadera embestida. Estos elementos ayudan a “calentar” las calles, pero nunca logran tener un impacto político substancial, es decir, el daño que causan es mas a la propiedad que al gobierno mismo.
c)        Expertos en sabotaje, asesinos, mercenarios, delincuentes organizados que igualmente se filtran entre los manifestantes, pero poseen una clara y precisa misión, una que busca causar daño político trascendente (por lo general asesinan miembros de la misma oposición). Los resultados de las “misiones” de estos individuos sirven para “movilizar” los instrumentos políticos y diplomáticos internacionales hacia el objetivo final, que naturalmente es el derrocamiento del gobierno. Ejemplos de esta categoría incluyen los francotiradores en el Puente Llaguno de la ciudad de Caracas, el 11 de abril de 2002 (funcionarios del Grupo Fénix de la PM y efectivos de la GN comprometidos en el golpe, por ejemplo), el portugués João de Gouveia, quien conocemos por sus asesinatos en la Plaza Francia de Altamira, el 6 de diciembre de 2002, o el mercenario procedente del Medio Oriente con intenciones de colocar carros bomba, aprehendido por el Gobierno Bolivariano en la ciudad de Maracay el 24 de febrero de 2014.
Aún más problemático son los elementos de esta misma categoría que operan en grandes grupos armados y que penetran clandestinamente las fronteras terrestres o marítimas del país para causar la máxima expresión posible del caos: una guerra contra la República. Ejemplos de esta “sub-categoría” incluyen las hordas de paramilitares que operan en la frontera colombo-venezolana, el ejército de mercenarios internacionales organizados por la CIA y comandados por el fascista guatemalteco Carlos Castillo Armas para derrocar al gobierno de Jacobo Arbenz, o el ejército de mercenarios colocados en las costas de la Bahía de Cochinos por la CIA en 1961 para derrocar al gobierno de Fidel Castro Ruz
    • La categoría “a” del punto anterior es la más delicada para el gobierno – en un sentido estrictamente mediático - pues por lo general, una agresión física por parte del Estado o de un simpatizante del gobierno contra cualquier miembro de dicha categoría es equivalente a “ganar la lotería” para los sangrientos medios de comunicaciones globales, pues los manifestantes tipo “a” son quienes representan el máximo “capital mediático” para los mismos. Si los atropellados o los lesionados son mujeres, o preferiblemente mujeres de la tercera edad, pues aumenta aún más el “capital mediático” y su valor político (como por ejemplo el caso de la joven venezolana Génesis Carmona), mientras que un hombre entre 30 y 40 años posee el valor mínimo de capital mediático, aunque igualmente puede ser empleado en la estrategia comunicacional del fascismo. Aunque los órganos del Estado deben evitar causar daño físico a todos los manifestantes, estos grupos en particular deben ser evadidos a casi cualquier costo. Es por eso que los elementos de la categoría “c” antes señalados se dedican a disparar personas de la categoría “a” por su alto contenido de “capital mediático”, y obtener de esta manera las víctimas necesarias para su “lotería”, asunto que se hace necesario para el fascismo, especialmente si el gobierno actúa de manera astuta y evade reprimir o asesinar estos sujetos del tipo “a” (y los de la categoría “b” también).
    • La categoría “b” constituye un pequeño dilema para el gobierno, pues aunque igualmente no se pueden tomar acciones contundentes contra los mismos (ellos poseen un “capital mediático” también, aunque no tan alto como los de la categoría “a”), alternativamente no se puede permitir que actúen de manera impune. Si el gobierno actúa contra los mismos, está condenado por reprimir a los “pobres indefensos manifestantes que solo ejercen su derecho político de manera pacífica”, pero si el gobierno no actúa, igualmente está condenado, pues su inacción demuestra ingobernabilidad, perdiendo su autoridad y legitimidad al fallar en su misión primordial: mantener el orden público. La contradicción inherente que se puede ver en la frase anterior, y que confirma indudablemente que ciertos manifestantes NO son pacíficos, nunca es resaltada, señalada o debatida por parte de los medios de comunicaciones globales. Los mismos, junto a los gobiernos imperiales, nunca proponen soluciones para este dilema, precisamente a raíz de que dependen de esta contradicción para lograr sus objetivos políticos.
    • La categoría “c”, obviamente, es la más peligrosa - en un sentido estratégico-militar - asunto que queda obvio si se contempla el inmenso daño que pueden causar tanto a los ciudadanos del país (de ambos campos) como al gobierno nacional. Es en esta categoría que el gobierno nacional puede obviar las estrategias más “delicadas” y actuar con toda la capacidad bélica del Estado para neutralizar a los mismos, específicamente los de la sub-categoría señalada en el punto “c”. Cabe señalar que de acuerdo al Protocolo Adicional de 1977 de la Convención de Ginebra sobre el Trato Humanitario de los Prisioneros de Guerra (originalmente de 1929), los mercenarios no deben ser considerados como “prisioneros de guerra”, y al no entrar dentro de los protocolos de la convención, pueden ser tratados como criminales comunes y corrientes, bajo las leyes nacionales del país que capturan a los mismos.
Para neutralizar este inmenso peligro para la soberanía del país, los órganos de inteligencia del Estado deben detectar la presencia de los mismos en el territorio nacional (sin duda alguna, una de las tareas más difíciles que pudiera tener cualquier Estado-Nación), para que luego los órganos de seguridad nacional (específicamente las Fuerzas Armadas) tomen acciones contundentes para aniquilar la amenaza detectada.
Lo antes señalado es mucho más fácil decretarlo que realizarlo, pero aun con todas las dificultades que conlleva, es una de las tareas más importantes de una contra-estrategia general para enfrentar el enemigo, que como un “Iceberg” (témpano de hielo), solo se puede visualizar claramente 10% de su estructura, mientras que el resto se oculta bajo las aguas oscuras del sistema internacional.
Conclusiones
Los puntos antes señalados constituyen un bosquejo muy general (y hasta superficial) de una estrategia política para neutralizar un Golpe de Estado que se realice en el marco de una Guerra de IV Generación. Pero ninguna de estas estrategias tendría ni la más mínima probabilidad de éxito sin el apoyo incondicional de las Fuerzas Armadas y los órganos de seguridad del Estado. Todo el éxito electoral no les sirvió para nada a líderes democráticos como Jacobo Arbenz, Salvador Allende o Mohammad Mussadagh, pues en el fin, y con todo el apoyo popular que poseían, fueron traicionados por sus propias fuerzas armadas. Si solo vemos la situación actual en Egipto, pudiéramos comprender con más claridad el punto antes señalado. Al asumir la presidencia del país luego del primer y único proceso electoral real en los seis mil años de historia egipcia, el Presidente Mohammad Mursi confió en la sinceridad de las Fuerzas Armadas egipcias y su supuesto apego a la institucionalidad y la Constitución del país. En vez, el alto mando militar actuó de manera organizada y clandestina junto a los partidos de oposición (que no pudieron derrocar electoralmente a los Hermanos Musulmanes), y el 3 de julio de 2013, dieron su golpe de estado, derrocando a Mursi y eliminando la Constitución y todos los poderes del Estado. Los militares actuaron justo en el contexto de las protestas contra el gobierno de Mursi, muchas fomentadas por los partidos de oposición, los medios de comunicación adeptos al gobierno dictatorial de Hosni Mubarak, y los mismos líderes de la Junta Militar. 
Si comparamos los componentes de la estrategia descrita en esta sección con las acciones del gobierno bolivariano durante los meses de febrero y marzo de 2014, podemos ver un alto nivel de concordancia y concurrencia entre ambos, es decir, la “Estrategia de Maduro” coincide con la mayoría de los puntos antes identificados. Esta concurrencia quizás sea el elemento primordial que pudiera explicar cómo - hasta los momentos – la Guerra de IV Generación aplicada contra la Revolución Bolivariana no ha logrado los niveles de éxito que se pueden evidenciar en Ucrania, Libia, Siria, Egipto, etc. Queda completamente claro para cualquier observador o analista serio, que la estrategia actual del Presidente Maduro para afrontar la crisis NO se fundamenta en el uso desmedido del “garrote” del Estado, como efectivamente lo realizó - de manera poco sagaz y sabia - el ex – Presidente ucraniano Viktor Yanukovych.
Ceder o sucumbir con respuestas violentas a las provocaciones fomentadas en el marco de una guerra de IV Generación, es precisamente lo que se busca con este tipo de conflicto. Recordemos que las potenciales víctimas de una respuesta violenta por parte del Estado no son necesariamente los estrategas o impulsores de la desestabilización. Los estrategas y líderes de la ofensiva fascista no poseen ni el más mínimo interés en proteger o resguardar la vida de los grupos que ellos mismos movilizan y utilizan, sino que perciben a los mismos como instrumentos a ser sacrificados en el altar de la más “noble y justa causa”: obtener el poder y poner sus manos sobre los órganos del Estado y la riqueza del país. Es por eso que se busca, desesperadamente, una respuesta violenta por parte del gobierno, una acción de lo que popularmente llamamos “mano dura”.
Esta “mano dura” fue precisamente lo que causó derrocamiento de Yanukovych, y la grave situación de enfrentamiento global – en el marco de la nueva Guerra Fría entre Estado Unidos y Rusia (junto a la China) – que se encuentra en pleno desarrollo en la región de la Crimea. La respuesta violenta del ahora ex - presidente ucraniano contra los manifestantes – aunque magnificada a dimensiones absurdas por parte de los medios de comunicaciones globales - fue justo lo que buscaban los estrategas de los grupos violentos de la oposición fascista en ese país europeo (grupos como “Pravy Sektor” (Sector Derecha) y el partido “Svoboda”, “descendientes” políticos de “Stepan Bandera”, famoso colaborador ucraniano con el III Reich durante la Segunda Guerra Mundial) y sus aliados europeos y norteamericanos. Lamentablemente, lo lograron, y la pesada “mano dura” del Estado solo logró “incendiar” aún más el país, justo lo que se necesita para tumbar un gobierno elegido democráticamente. Recordemos que los catorce militares fascistas de la Plaza Altamira en el 2002-2003 nunca fueron desplazados de manera violenta, sino que progresivamente fueron perdiendo relevancia hasta que sus iniciativas colapsaron por su propio peso (“se fue diluyendo en su propia miseria” - Orlando Rangel Yustiz).    
Las respuestas de un gobierno democrático y progresista a una Guerra de IV Generación siempre deben iniciar con una comprensión clara y una visión penetrante de quienes son – verdaderamentelos enemigos de dicha democracia. En Venezuela, actores seudo-políticos como el Gobernador del Estado Miranda, la señora de Súmate o el joven de Voluntad Popular, por sus mismas y propias capacidades intrínsecas, nunca pudieron obtener una diferencia electoral sustancial y favorable cuando se enfrentaron al Presidente Hugo Chávez (“Águila no caza Mosca”). ¿Poseen estos sujetos la suficiente capacidad política, intelectual y moral para orquestar una ofensiva de esta magnitud y complejidad? Peor aún, ¿podemos verdaderamente creer que los líderes estudiantiles de la derecha son capaces de organizar la violencia, los paramilitares, los asesinatos, los mercenarios que azota el país, y a la vez coincidir con los medios de comunicaciones globales en sus “cruzadas” para derrocar la opción bolivariana?
Al identificar correctamente el enemigo, surgen los primeros elementos de una contra-estrategia adecuada para enfrentar estas nuevas y complejas formas de hacer guerra. En este sentido, la respuesta de un gobierno democrático no puede ser la del “garrote”, pues en estas situaciones, dicho instrumento terminaría destruyendo el mismo sujeto que lo empuña. En vez, el líder y estratega máximo de un gobierno democrático y progresista necesita alejarse del modelo representado por personas como “Theodore Roosevelt” (conocido como el “Gran Garrote”) y acercarse más a los grandes estrategas de la historia universal como el chino “Sun Tzu”, quien declaró en su famoso libro, “El Arte de la Guerra” que “el arte supremo de la guerra es someter el enemigo sin tener que combatir”. Líderes vietnamitas como Vo Nguyen Giap y Ho Chi Minh pudieron derrocar a un enemigo que poseía una abrumadora ventaja cuantitativa y tecnológica, no tanto por el empleo de la fuerza bruta (que de todas maneras era cuantitativamente inferior a la de sus adversarios), sino en la combinación de varias cualidades personales: paciencia, sabiduría, templanza, contención y sobretodo autocontrol.

La ira, la cólera, las pasiones desmedidas y los deseos de retribución son los elementos que el enemigo busca inducir en el pensamiento y acción de quienes poseen el liderazgo actual de la Revolución Bolivariana, de la misma manera que lo buscaron – sin éxito alguno – con el Presidente Hugo Chávez. Si se desea preservar el proyecto político del Comandante Chávez y evadir una aniquilación del mismo, el Presidente Maduro debe “extraer” el tumor maligno – el complot fascista actual – mediante el uso de un “bisturí” político, mediante el empleo de un “procedimiento” que quizás sea lento, complejo, frustrante y genere la apariencia de tener lideres indecisos o débiles, pero en la realidad, es efectivamente la única manera segura para derrotar a un enemigo en un escenario altamente asimétrico, como lo es el escenario conflictivo entre Estados Unidos y la Revolución Bolivariana.